jueves, 13 de agosto de 2015

Liz en mi vida



Siempre me han gustado los perros. Creo que es una afinidad que heredé de mi papá. Desde muy chiquita tuve perros y perras (lamentablemente suena mal esa palabrita), hasta el 2008 ó 2009 - si no me falla la memoria- fue cuando de manera sorpresiva mi papá mando a "dormir" a nuestros dos queridos perros, argumentando que no tenía tiempo para limpiar sus heces ni hacerse cargo de las enormes raciones que demandaban diariamente. Reforzó las puertas con más chapas, compró los mejores candados y nos mandó a callar a todos diciéndonos que nadie se dignaba a limpiar el techo, salvo él. 

De hecho no sentí mucho la ausencia de mis perros, puesto que en esa época estaba en varias cosas. Por las mañanas estudiaba inglés, luego trabajé una temporada en un centro cultural, otras veces iba a casa a hacer mi tarea de inglés o las de la universidad. Por la noche iba a clases hasta muy tarde, y así transcurrían mis días.

Nuevamente llego a un punto que se me hace difícil explicar. Bien, lo intentaré. En esos años, los estudios eran mi vida: el inglés me encantaba (y me sigue encantando) y me había enganchado con la universidad. A parte de eso, no tenía mucho. O al menos eso era lo que yo creía. De cierta forma me refugié en las notas y en el academicismo para paliar algunos vacios en mi vida. A la vez estaba pasando por un periodo de depresión que era producto de varios factores que en ese momento no me resultaban claros.

Lo cierto era que me había olvidado de vivir y de alguna forma tenía el chip de hacer las cosas más por obligación que por convicción. De esto recién me doy cuenta ahora. En ese entonces era muy dura conmigo misma y me la pasaba todo el tiempo recriminándome. Me ponía vallas muy altas todo el tiempo hasta que finalmente eso terminó knoqueandome y me dejó emocionalmente agotada. Listo, lo dije. 

*Ojo: con esto no quiero decir que sea malo estudiar duro y parejo. Lo malo está en tomarse las cosas muy en serio, en caer en el perfeccionismo y la necesidad de aprobación de los demás. Estos son signos que reflejan nuestro estado interior.

Y bueno, para que les voy a mentir, eso me pasó y es algo con lo que sigo lidiando. Dejé la universidad abruptamente y me tomé un tiempo para procesar mis emociones. Me dije a mi misma que si tomaba esa decisión tenía que ser para algo. Sentía que el dolor por el que estaba pasando tenía un propósito(1). Decidí quererme más, aceptarme, querer a las personas que me rodeaban, no "lunatizar" tanto las cosas, no obsesionarme con las situaciones, reirme más, relajarme, hacer cosas nuevas. Fue un proceso duro, les confieso que pasé por todas las etapas, desde el llorar día y noche, el sentir que mi vida se había acabado, el de enfurecerme con mis padres, el de recluirme y no querer ver al mundo. Me seguía encantando el inglés y no quería dejarlo más de tres meses porque sino tendría que dar un examen de clasificación para retomarlo. Fue duro regresar a un aula con un estado emocional tan deteriorado. Me sentía mal y lo peor de todo es que ni podía decirmelo a mi misma. Fui a una psicóloga y no dejaba de llorar en las sesiones. Me derivaron a un psiquiatra y me recetaron pastillas. No regresé más. En ese tiempo conté con la valiosa ayuda de mi amiga Ana, a quien le debo mucho.

Transcurrieron unos meses, terminé el inglés, trabajé en Gamarra, llevé un curso de fonética en la universidad y de algún modo me preocupaba retomar la carrera en la universidad, porque que aún no había resuelto -o al menos encarado- el verdadero meollo de mi bajón y necesitaba más tiempo para "airearme". En el verano del 2011, recibí la llamada de una amiga y me propuso ingresar como practicante en el MTPE. No tenía nada que perder y acepté la propuesta. Fue una experiencia grata reencontrarme con antiguas amistades y conocer gente grandiosa. Trabajar en ese lugar me ayudó muchísimo a superar algunos miedos y me dio la oportunidad de ser una mejor persona. 

Pero regresemos al motivo de este post: Liz.  

A parte del trabajo no me dedicaba a alguna actividad. Retomé el hábito de ver televisión, comí mucho, de hecho me relajé bastante. No les voy a engañar, todo eso era solo una fachada, un escapismo. Tenía mis días en los que no me importaba nada, salvo sentirme bien por dentro y conmigo misma. Oh Dios, lo deseé tanto. Por fuera todo iba bien, no me faltaba nada; sin embargo, el problema seguía ahí, solo que debajo de la alfombra.

Un día se me vino a la mente que necesitaba un perro que fuese distinto a los que había tenido. Que pueda salir a pasear conmigo, que no se escape a penas salga a la puerta y que no le de miedo a la gente. ¿Dónde iba a conseguir un perro así? A parte los perros ensucían, necesitan un espacio y dinero para mantenerlos. Bueno, yo estaba trabajando y tenía algo de tiempo para atenderlo. Pero aún quedaba la cuestión de las heces.

Un día de invierno, mi hermano regresaba de trabajar y cuando le abrí la puerta noté que tenía un perro al costado al que le hacía cariño. La primera vez que lo vi tenía puesto una chompita blanca, movía la cola enérgicamente y hacia movimientos sumisos. Yo me prendí del perro, lo invite a pasar a la casa, luego lo saqué a la calle y le invité comida.  Mi hermano me dijo que siempre la veía por el parque de la vuelta. Ah es hembrita, le dije.



Con el transcurso de los días fue apareciendo más seguido por casa. Va a sonar raro, pero un día de esos se me vino una frase a la mente: ella es tu regalo. No se como describirlo, pero supe que esa perrita había llegado a mi vida por alguna razón. 


La conocían como Liz y no se sabía mucho sobre ella. Algunas personas ya la habían visto, otras me contaron que habían hecho una colecta para esterilizarla, y más adelante me enteré que había tenido cachorros. A nosotros nos llegó con 4 años, esterilizada y con 16 kilos. 

Su presencia nos alegró la vida. Se acostumbró muy rápido a nosotros. Yo disfrutaba llegar a casa y verla al entrar. Salíamos a correr por la noche o en la tarde, la llevaba a todos lados, me hizo estar más en contacto con la cotidiano, adoraba estar con ella. La llevé al cajero, me acompañaba a pagar los servicios, a la peluquería, al parque a leer, al mercado, a la farmacia, a comprar, a todos lados. Era muy inteligente, sabida y muy preciosa. ¿Por qué hablo en tiempo pasado? Es porque ya no está físicamente aquí. 


"Los perros nunca mueren, duermen junto a tu corazón. No saben cómo hacerlo. Se cansan, se hacen viejos, y les duelen los huesos. Por supuesto que no mueren. Si lo hicieran, no querrían salir a pasear siempre…"

Ernest Montague


Liz murió el 09 de agosto. Comió veneno o la envenenaron, no lo sé. Yo me lamento mucho no haber estado con ella, no haberla auxiliado. No la escuché, no salí a buscarla. A veces quisiera retroceder el tiempo para salvarla. Me pregunto por qué no regresó a casa como siempre lo hacía. Por qué fue a un lugar que no frecuentaba. No creo que el veneno la haya inmovilizado. Temíamos que pasará eso. Ella era libre cuando salía. Nosotros creíamos que podía cuidarse bien, ya que no era la primera vez que se demoraba en regresar. Esta vez no lo hizo por su cuenta. 


La extraño mucho. Es duro asumir que no compartiré más momentos con ella. Me inspiró a salir, yo creo que si ella no hubiera estado a mi lado me hubiera confinado de modo permanente en mi casa. Liz activó mi lado explorador con su inacabable energía, con sus ganas de caminar y con su increíble habilidad para socializar. Ella me llevaba a conocer a sus amigos humanos. Yo decía que ella siempre estaba hambrienta de cariño. Duele mucho, no dejo de pensar en ella, he llorado desconsoladamente por todos lados. Yo solo sé que la recuerdo con mucho cariño y que la amé con todo mi corazón. Gracias por todo Liz. 


¿Crees que los perros van al cielo? Estoy seguro de que ellos estarán ahí mucho antes que cualquiera de nosotros.
Robert Louis Stevenson


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(1) Un maestro -guía espiritual- le dice a su discípulo: "La vida te ha dado una niñez difícil para que tengas el coraje de crecer, mejorar y dejar esas conductas destructivas." Veáse: El secreto de las 7 semillas de David Fischmann. [Conocí a este autor gracias a mi amiga Vanessa, a quién le agradezco por las buenas charlas y compañía]
*En este post quería contar acerca de la importancia de Liz en mi vida. Ella fue y es una luz  en mi existencia. Sin prever el final que tendría, gran parte de este post lo escribí en Mayo -Liz estaba descansando a mi lado.

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