Recuerdo la escena en la película "12 years slave" cuando Salomón, el protagonista principal, le dice a uno de los esclavos: I don't wanna survive. I wanna live. Y recuerdo también que me quedé con esa frase en la mente por varios días. Iba y venía del trabajo, y todos los días mientras veía por la ventana del carro pensaba mucho en las ganas que tenía por entregarme a algo que realmente me gustase.
No todo el mundo tiene la suerte de dedicarse a algo que le gusta. Lo ideal sería que sí. Sí, claro, nosotros somos los arquitectos de nuestro propio destino y bla bla bla. Suena a cliché. Parece muy bonito cuando se lee. Trato de ser sincera. Me sentía muy confundida acerca de lo que quería ser o hacer en esta vida. A veces hay señales que dejamos pasar por alto debido a la bendita estabilidad. Hay que ir por lo seguro, me decía un señor que trabajaba conmigo. Tenemos tanto miedo a la inestabilidad. ¿Ya conseguiste algo? ¿Ya avanzaste? ¿Ya?
Siempre creí que la batalla más dura es la que tengo conmigo misma. Al final la decisión está en mis manos y a veces me pasa que viene con carga. Han sido tantos años que he cargado un peso que no me pertenece. Tanto tiempo que he dedicado a saldar cuentas de varias generaciones que se han reposado en mis días. Y en esta época he comenzado a despercudirme. Ha sido una decisión que nació desde mi interior. Es un proceso incierto. No sé si algún día podré decir que estaré "curada". Creo que no hay pastillas mágicas para las emociones. He aceptado y sigo aceptando que no soy un robot y que no soy un ser perfecto.
Al final del día, muchas veces, pienso que el hecho de vivir intensamente mis experiencias y reflexionar sobre mis días me acercan cada vez más a mi misma. Y por ende me ayuda a aceptar a las personas como son. Me siento bien así.
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